Escrito por Eduardo M Romano el 4 diciembre, 2022
Eran algo así como ráfagas,
en las que por un momento, me decía
sentía que le era posible abrir su sensibilidad
a lo impensado.
Ya fuera placentero o discordante,
ella tenía la certeza de que algo íntimo la empujaba
a un encuentro.
Pero no en general ni en abstracto
sino con esa clase de detalles que transcurren ajenos ,
imperturbables, y por fuerza, inaccesibles.
Entonces lo raro y excepcional comenzaba a perder
su extrañeza y consentían ,en parte,
a ser habitados por lo propio.
Agregaba que en esos estados fugaces,
en cierta forma tenía la impresión de transformarse
en un ser hecho de contrastes inciertos,
y ajenos a lo convencional.
De esa forma, muchos asuntos iban haciendose próximos
sin que ella se lo propusiera.
A su tiempo iban surgiendo intimidades , escenas y fantasmas.
Ahí estaban. En la frontera entre lo que se sabe propio y lo de afuera.
Sentia que le resultaba imperativo hacer algo con ellos.
Lo que fuera.
Decirlos a medias, intentar rescatarlos.
Repetirlos, parafrasearlos.
Reiventarlos.
Algo mínimo tal vez alcanzara
para cambiar la pasión obstinada y taciturna
y dejarse llevar por ese empuje
capaz de desmentir
el anónimo murmullo del mundo.
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