Escrito por Eduardo M Romano el 13 marzo, 2022
En soledad,
padecía esos accesos de tristeza sin amparo
y ajenos al consuelo.
Los vivía como algo que se le imponía.
Extraño. Ajeno.
Algo imposible de reconocer como propio,
que no cesaba de abrumarla
sin razón , motivo ni causa aparentes.
Entonces se sucedían las lágrimas
que no tenían motivo,
y el desamparo por no saber cómo controlarlas
cada vez que arremetían.
A esto habría que añadirle el espanto
de que pudieran terminar por instalársele
de una vez y para siempre.
Pero si ésto es una cosa que se repite,
acaso habrá un principio,
algo primero ?
No era posible saberlo.
Por ahora no había más que esas apariciones
sucesivas, dolorosas
y , en apariencia,
desprovistas de causa y de sentido.
Como si se tratara de Escenas invisibles
de las que uno es protagonista sin saberlo,
empujadas por una angustia
que cuanto más desconocida,
más arrastra.
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