Escrito por Eduardo M Romano el 9 febrero, 2020
Huellas grabadas para siempre
en los tiempos primeros.
Esos en los que el júbilo y los abismos
se alternaban para inundar
todas las escenas.
Imponentes. Inefables.
Todavía huérfanas de palabra y
animadas por los vaivenes
de aquello que perdura
y eso otro que retorna.
En ellas, habitan los esbozos
y los titubeos
de un cuerpo que comienza
hasta llegar a ser el propio
bajo el cobijo y el amparo de un otro.
En la magia de este entredós
forjado en vorágines e inenarrables torbellinos,
palpitan
esos anhelos y desesperos,
que lo marcan para siempre
a uno.
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