Escrito por Eduardo M Romano el 5 diciembre, 2021
Era su condición para un enamoramiento ciego y absoluto.
La promesa de magníficas bellezas y armonías.
Pasiones desbordantes e insuperables buenaventuras venideras.
Su imprescindible precondición, un ser especular
con quien transcurrir en perfecta simetría.
De modo tal que gestos, anhelos, certezas,
suspiros y vacilaciones pudieran sostenerse
reflejándose al infinito.
En un lugar en el que dos
no son sino uno .
El inenarrable, el único, el de la inercia.
Dos espejando lo Mismo,
sin devenir y despojado de historia.
Mimesis perfecta que atrapa y congela.
Sin espacio capaz de hacer borde ni frontera.
Sin tiempo capaz de imponer las necesarias ausencias
para que el anhelo
dé vida y empuje a la palabra.
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