Escrito por Eduardo M Romano el 4 septiembre, 2019
No sabía bien cómo explicármelo
Sin embargo, aquella vez procuró hacerlo lo mejor que pudo.
Para no claudicar como tantas otras veces, me dijo.
Y , aunque visto de afuera,
parecía algo nimio,
ella sentía que era una especie de logro.
Algo así como un comienzo, en eso de empezar
a afirmar algo que sintiera ahogado pero propio.
Como para no dejar solo a ese decir ,
que primero tenía destino de deriva
y un ratito más adelante,
de nudo en la garganta.
Entonces me dijo, todo de corrido y sin pausas,
que le resultaban abrumadoras los tironeos y las exigencias que sentía todos los días.
Porque terminaba de hacer esto,
que ya empezaba a zumbarle en el oído todo lo contrario.
Y enseguida,a pasarle factura
aquello que ya parecía haber quedado en el olvido.
Y lo peor del asunto,
era que no llevaban el mismo rumbo.
No tiraban para el mismo lado.
Ni hablaban el mismo idioma.
«…Vemos a este mismo Yo como una pobre cosa sometida a tres servidumbres que que sufre la amenaza
de tres clases de peligros : del mundo exterior, de la libido …y del superyó….Como un estadista que aún teniendo
una mejor intelección de las cosas, quiere seguir contando empero con el favor de la opinión pública.»
(S.Freud. » El Yo y el Ello» .O.C.)
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