Escrito por Eduardo M Romano el 27 diciembre, 2013
Ahí afuera estaban,
qué duda podía caberle a uno,
los hechos ambiguos y los asuntos confusos,
que se habían algo así como confabulado
en una especie de empecinada producción de contradicciones.
Porque no se trataba de una sucesion ordenada y en linea recta
de un problema y luego de otro….
sino de algo de lo más borroso ,que se presentaba
multiplicado y todo junto.
Para serles sincero,
la confusión y el despiste
se estaban saliendo bien con la suya
Porque no podía encontrarle el punto,
sacarle la ficha,
ni pescarle la vuelta…
..quiero decir, que no tenía la más remota idea
al principio de todo,
de lo que podía estar ocurriendo….ni con qué objetivo
estaba ahí parado
porque lo que es idea,
no se me ocurría en esos momentos,
ninguna.
Tampoco era cuestión de andar poniéndose
un disfraz para salir del paso,
ni intentar el absurdo de pretender pasar de incógnito
ante cosas como esas
que tiene por costumbre,
todos lo sabemos,
de presentarnos de repente y sin aviso , la vida.
Entonces es posible que por unos momentos,
el afuera
nos parece no sólo confuso sino todo revuelto.
Como absolutamente refractario
no sólo a nuestra razón, sentido común y entendimiento…
sino lo que es aún peor : a nuestros propios modos de sentir
y sensibilizarnos.
En medio de ese estar perplejo,
que dicho sea de paso,
uno de buena fé ,
no se lo puede recomendar a nadie,
uno puede hacer el intento de aferrarse a ciertas palabras,
y puede que comiencen de a poco a cobrar fuerza y relieve
las envolturas más intimas que atañen a nuestros
más hondos sentimientos,
y entrañables semánticas,
Las únicas que son capaces , no me pregunten cómo ,
de sacarnos del brete,
porque despiertan en nosotros una clase de cosas
que nos despabilan la memoria que se había como adormecido,
y que tiene que ver
precisamente,
con lo más genuino
de lo nuestro.
Me refiero a esa que nos empuja a hacer lo que
sabemos que hay que hacer y que se debe.
Y no alguna otra cosa cualquiera.
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