Son muchos los tiempos en los que transcurren nuestras cosas.
Está el consabido, con sus derroteros predecibles,
parsimonias precisas.
y simetrías que encajan perfectas.
También está el tiempo del cálculo infinito .
con su conteo imperturbable de lo uno y lo mismo,
en el que parecen sucederse idénticas las escenas.
Junto a ellos, los ambiguos e imprecisos que parecen albergar
otros tiempos superpuestos.
En ellos se tejen nuestras historias.
Unas pocas dan la impresión de conservar sus relieves y conjugarse en Presente Continuo.
De otras, perduran no más que algunos fragmentos.
En ellas se apuran y entreveran ,goces, signos y fantasmas.
Sus ritmos son cambiantes.
Las hay vertiginosas y otras, fastidiosamente lentas.
Están las vagabundas
y aquellas que saben despertar los enigmas.
Historias que transportan memorias
de fronteras inestables
en los que cada olvido tiene sus razones
y cada desmemoria
lleva la marca de un íntimo conflicto.
De pronto y sin aviso, una singularidad se presenta.
Sólo para escurrirse en el preciso momento
en el que se intenta apresarla.
Sucede que lo desesperadamente propio
y ya perdido,
no acostumbra sino retornar
siguiendo estrictamente
tiempos y modos propios…
…ya sea en el anhelo de un sueño
o en el equívoco de una palabra.