Escrito por Eduardo M Romano el 16 octubre, 2022
Aún recuerdo la calidez de su voz
y ese saber desprovisto de ostentación y premura.
Su decir era firme y consistente y dejaba de lado
todo lo que fuera promesa grandilocuente
o convocara a alguna clase de ruidosa expectativa dramática.
Hablaba una lengua sin prisa, sencilla y seductora.
Una lengua llena de alegorías, vaivenes y metáforas..
Y tan importante como esto,
créanme que también dominaba como pocos
el arte del medio decir y del silencio.
Entonces se sucedían las evocaciones,
los quiebres y las parsimonias.
Algunas palabras despertaban la novedad y otras
rememoraban la costumbre.
Eran el preludio de escenas, personajes y fantasmas
que , como siempre, se dedicaban a hacer lo suyo.
Así acostumbraban a suceder las cosas,
hasta que en cierto punto,
y sin saber cómo,
uno podía sentir
que en parte estaba recuperando,
algo que había perdido sin saberlo.
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